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martes, 31 de octubre de 2023

LA NOCHE OSCURA

Había un castillo en Manzanares el Real. El castillo tenía la leyenda de que estaba encantado; así que estaba abandonado desde hacía mucho, mucho tiempo.

Una noche de invierno un grupo de chicos y chicas fueron a investigar, con una cámara  y unas linternas, por qué había tantos rumores y teorías sobre el castillo. Era una noche lluviosa y tormentosa, los truenos resonaban y los relámpagos iluminaban el cielo y el castillo. El grupo estaba formado por tres chicas que se llamaban Lucía, Paula y María José; y dos chicos que se llamaban Alejandro y Marcos.

Al llegar rápidamente descubrieron que había fantasmas, duendes y diablos. Porque al llamar a las grandes puertas, éstas se abrieron solas y salieron mogollón de murciélagos. Al ver que dentro no había nadie entraron y vieron que por dentro el castillo estaba súper sucio. Se asustaron al ver todas las cosas extrañas que había: arañas gigantes, ratones negros con ojos rojos, murciélagos con ojos brillantes, telarañas con enormes huevos de araña, un piano que se tocaba solo, muebles que se movían solos, un cuadro que hablaba, una dentadura que castañeteaba sola, un fantasma que arrastraba una bola con una cadena, cucarachas y hormigas gigantes,...

De repente las telarañas se les cayeron encima y salieron corriendo del castillo. Al salir se tropezaron con un montón de tumbas que había fuera y se cayeron en una cueva. En la cueva había un montón de esqueletos que les atacaron. Los chicos y las chicas se defendieron como pudieron, cogieron unos palos que colgaban de las paredes de la cueva y deshicieron a los esqueletos que se convirtieron en polvo; así lograron escapar.

Cuando escaparon, volvieron al pueblo y contaron todo lo que habían visto en el castillo encantado. La gente pensó que se lo estaban inventando, que era su imaginación, o que era para meterles miedo. Así que no les creyeron. El grupo entonces decidió volver al castillo otra vez para conseguir pruebas de que lo que decían era verdad.

Según se acercaban a la puerta del castillo, ésta se abrió sola y aparecieron los esqueletos otra vez. Los chicos y las chicas esta vez cogieron unas antorchas que había en las paredes del salón del castillo y empezaron a hacer fotos a todas las

cosas extrañas que había, para que les creyeran en el pueblo. Después decidieron quemar todo el castillo para hacer desaparecer a los esqueletos y salvarse. Alejandro exclamó: “Por fin hemos hecho lo que teníamos que hacer!!”. Pero en ese momento se abrió una tumba y salió un vampiro que era un primo lejano del Conde Drácula. Cuando vio el castillo incendiado se puso de muy mal humor y decidió vengarse mordiendo a Lucía, que se convirtió en su prima lejana vampiresa. Lucía a su vez mordió a Alejandro; quien se convirtió en vampiro también. Justo cuando Alejandro iba a morder Paula, Marcos se puso un collar de ristra de ajos y le metió un ajo en la boca a Alejandro y otro a Lucía. María José se quedó alucinada al ver cómo volvían a convertirse en humanos. Entre todos empezaron a tirarle ajos al primo del Conde Drácula para despistarle, cogieron una estaca y un martillo y se la clavaron en el corazón justo a la vez que amanecía. Entre la estaca y el sol consiguieron acabar con el vampiro que se convirtió en polvo. Y con ello desapareció el encantamiento del castillo. Todo volvió a la normalidad.

Entonces el grupo de amigos volvió al pueblo, enseñó las pruebas de que lo que decían era verdad y contaron a todos lo que había sucedido.

La gente del pueblo por fin creyó lo que contaban y decidieron hacer una fiesta para celebrar  que el castillo ya no estaba encantado.

Hicieron una gran fiesta en la discoteca y todos bailaron la “Mandanga Style”.

FIN

 

*Historia elaborada por participantes del Programa de Formación Académica: Manuel F., Petra R., Mª Mar R., Raquel M., Mercedes M., Estrella R., José Luis O., Fernando G., Jorge M., Elena Mu., José Alfonso M., Javier G., Alberto P., Raquel A., Blanca Rosa S., Manuel L., Luis G., Álvaro M., Laura B., César C., José Antonio M., Paloma H., Javier A., Ángel C.

 


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